Se echa de menos más a quien sabe irse a tiempo.


Rara vez dije en voz alta que la quería, y raro me parecería que ella me hubiera escuchado hacerlo.

La última vez que nos vimos, le conté que había llenado la terraza de flores, como había hecho ella, muchos años antes, con la casa en la que aún sobreviven libres sus hortensias.

Le describí mi última adquisición. Tenía pétalos morados, amarillos y blancos. 

Al imaginarla, me preguntó con ilusión si era una de esas plantas que parecían mariposas.

Exactamente seis días y un disgusto después de aquella conversación, me encontré que no quedaba en la repisa de mi ventana rastro alguno de mis cómplices flores, y me reconfortó pensar que se habrían ido volando, también.

Cada otoño, cuando brotan de nuevo, las admiro, desde la absoluta certeza de saber que una parte de ella permanece entre sus colores, entre esas muestras de vida que con mi sonrisa se escapan, entre los pensamientos de mi cornisa.

El último día que la vi, no le dije que la quería, pero...

¿Quién llenaría de flores la terraza, para recordar a alguien que no le hizo feliz?

Comentarios

  1. Creo que hay personas que incluso lo harían, me encantó tu relato. Un abrazo.

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  2. Sólo por hacernos plantar flores en la terraza ya mereció la pena.

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