¿En qué contenedor se reciclan los besos?



“¡Te has dejado un beso!”-le grité desde el balcón. No pudo oírme, así que me vi con un trasto más esperando junto a la puerta.

No combinaba con ninguno de los muebles, tampoco conmigo, pero ¿cómo iba a tirarlo a la basura?

Pasaron dos semanas, y aquel beso, que crecía, me miraba con lástima, cada vez que escuchaba la impaciencia de mis llaves acercarse al rellano. Y pronto me vi dejando encendidas las luces para aislarlo del miedo. Después, le hice sitio en mi cama, por eso del frío y luego en el bolso, por eso de no encontrármelo al volver a casa siempre llorando solo.

Sin darme cuenta, ya había dejado las citas, los bares, los conciertos, las multitudes, la altura, la velocidad, los riesgos... cada una de las amenazas que supusieran perder aquel beso del que tanto quería librarme.

Sin poder más, un día subí a la azotea, pero antes de dejar caer al vacío un parásito, tienes que asegurarte de que no se haya comido lo mejor de tu vida, porque entonces será esta la que se estrelle.

Desesperada, lo llamo, a él, a quien prometí que jamás llamaría, pero... tenía que volver a buscarlo, al fin y al cabo era suyo. Un tono, dos tonos, tres, cuatro; no aguanto más y lo tiro. No sobrevive, el móvil. Luego bajo las escaleras, decidida, tirando de aquel beso, que se resiste, y quien minutos después terminaría en el contenedor de reciclaje, en el de vidrios, por supuesto, llenando parte de aquellas botellas rotas con lo mejor de mi pasado.

Antes de volver, a ningún sitio ya... en el azul, en el de papel, me deshago de una nota que escribo mientras desciendo peldaños “Por mucho que lo protejas, no se puede dar dos veces el mismo beso, por mucho que lo protejas...”

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